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lunes, 20 de octubre de 2014

Antes de que la cierren

Fotografía de Gabriela Romero
Imagina un pueblo viejísimo y en medio de él una torre de noventa y un pisos y en su punto más alto un templo revestido de azul. Imagínalo rodeado de musgo, hiedras, orquídeas, limoneros, manzanos, robles, álamos y glicinas. Imagínalo iluminado por el arcoiris y agrégale el leve sonido de voces, pasos, aleteos, manantiales, risas...
Fue ese murmullo el que me hizo retroceder y apoyar la cara en la mirilla; fue así que pude ver, al menos unos segundos, desde afuera el adentro. ¿Quién creería lo que oculta? Mas existe, como existe Toledo, la calle, la puerta y la mirilla. 



jueves, 20 de marzo de 2014

Metamorfosis en el espejo

Todos los días veo cambios, imperceptibles a la mirada ajena. Yo sé que es así. Muda mi nariz, ligeramente más gruesa cada día; en los alrededores de mis ojos y mi boca pequeños pliegues fláccidos intentan apoderarse de ellos. Que estas loca, que qué disparates decís; placebos verbales inyectados en mis oídos sin resultado. Los que me quieren, mienten. Aunque si me saco los anteojos pareciera que estoy igual que antes, antes de la menopausia, con la piel ajustada, como un guante de cabritilla es a la mano. Y si cierro los ojos mi esquema corporal se remonta a aquella imagen fresca, se resiste al cambio conceptual. Entonces rompo todos los espejos de mi casa y sigo de largo ante cualquier objeto que me refleje, porque quienes mienten son los espejos. 

(Digresión, más de 100 palabras) 

domingo, 16 de febrero de 2014

Plena


Preparó la habitación de su niño con caracolas marinas, colores pasteles y puntillas. La roció con gotas de arena y sal. La iluminó con la iridiscencia del sol. La cuna, de madera pintada de blanco, ubicada en el mejor lugar y al lado, para poder mirarlo con sus anhelos soñados, un gran sillón. Lo esperó nueve meses y al fin lo tiene pegado a su seno:  manito de rosa, carita redonda perfumada de besos y rulos castaños de hilos de seda. Lo acaricia. Lo acuna. Le murmura viejas palabras de espumas oceánicas, mientras él bebe que bebe todo su ser. 





lunes, 10 de febrero de 2014

Y le juro

Fotografía de Mariano Gaviño Romero 
Y fue lo último que escuché: ¡Anaaa! Y  la "a" quedó rebotando como pelotas en el patio del colegio, con ese repicar hueco y cada vez más cortito. Y después viró a un zumbido que se incrustó en una de mis dendritas; y ¡zas!, se desparramó a todo el cerebro. Y aún persiste allí, así: zzzzzzzzzzzz.  Y fue en ese instante que me arrancaron de un tirón, hacia atrás; me aspiraron con una rapidez que no se parece a nada. No...  No, tampoco...  Ni siquiera a eso. 

Le juro y le vuelvo a jurar que desde ese día tengo vértigo.