Preparó la habitación de su niño con caracolas marinas, colores pasteles y puntillas. La roció con gotas de arena y sal. La iluminó con la iridiscencia del sol. La cuna, de madera pintada de blanco, ubicada en el mejor lugar y al lado, para poder mirarlo con sus anhelos soñados, un gran sillón. Lo esperó nueve meses y al fin lo tiene pegado a su seno: manito de rosa, carita redonda perfumada de besos y rulos castaños de hilos de seda. Lo acaricia. Lo acuna. Le murmura viejas palabras de espumas oceánicas, mientras él bebe que bebe todo su ser.
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domingo, 16 de febrero de 2014
Plena
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