jueves, 17 de septiembre de 2015

La parejita

  Sí, señor policía, yo los vi. Llegaron cuando ya había empezado. El parque funcionaba con todas las luces encendidas; los puestos de espuma y de lanza perfume no daban abasto con las reposiciones; los mocosos y los no tanto a grito pelado como siempre para estas fiestas. ¿Que si traía mascarita? No, señor policía, a cara lavada así como la ve. Yo estaba junto a la calesita, esperando a que el desfile de los maricas empezara, pero con la música a todo volumen y los anuncios del altoparlante no escuché nada. Solo sé  lo que le estoy contando. ¿Que por qué presté atención en ellos?  Porque yo les vendí las entradas. Sí, señor policía, en aquel momento mi lugar de trabajo era ese y la chica era tan linda con ese pelo lacio y rubio que el disfraz de princesita le sentaba a las mil maravillas, como la del cuento, ¿me entiende? Ah, sí, tiene razón no estaba disfrazada de princesa, claro por eso el novio estaba de naipe...  era Alicia, la del cuento,  y ahora tiene el pelo embadurnado con espuma y barro... pobrecita... y con esta luz roja... parece que estuviera en el cuarto de un motel... ¿Y si la corremos hacia la luz azul? ¿Que qué más vi? El muchacho-naipe sacudía la hoja de un periódico, yo los dejo por ahí para poder levantar algunas necesidades que la gente hace en lo oscuro... Y sí, así es. Y me di cuenta que él gritaba, por la cara, ¿vio?, los ojos rojos por las luces y la boca verde por las otras y después vi que la agarraba de un brazo justo en el momento en que el altoparlante anunciaba el comienzo del desfile, entonces me distraje mirando y me olvidé de la parejita. Después seguí con lo mío, que era ir a ver el estado de los baños. Sí, están por allá.  Y aquí me la topé, muerta, en un charco de sangre, los ojos abiertos, las manos como si quisieran cerrar el agujero que le hicieron. ¿Que cómo sé qué fueron muchos? No, señor policía, es una forma de decir.
—¿¡¡Qué pasa, Gutiérrez!!?
—¡Mi Inspector, venga a ver. Un muchacho disfrazado de naipe se ahorcó en el baño!
 No, señor policía, de esto no sabía; nunca llegué hasta aquí, ya le dije que ni bien encontré a la muchacha llamé a la policía y me quedé a esperarlos mientras desalojaba el lugar, triste manera de terminar el carnaval.
— Gutiérrez, llame a la morguera y pida que traigan para dos cadáveres. Hay que cercar todo, con cuidado, no sea cosa que se contamine alguna prueba; y que busquen el periódico que mencionó... ¿Cómo me dijo que se llama?... anote, Lopez, el señor Dumitrescu. Bien, señor Dumitrescu, hasta que no se encuentre el arma homicida y el periódico el parque queda cerrado. Ahora hay que esperar al fiscal.

    Y entonces, muchacho, el parque se convirtió en terreno de la justicia, desfilaron: policías, forenses, fiscales y hasta un juez, porque el muchacho-naipe resultó ser el hijo del juez.
Martín Palomino era su gracia y con semejante apellido y por cómo murió, colgado de una viga del baño, imagínese los chistes que se hicieron a soto bocce entre los buitres. ¿Que quiénes son los buitres? Los periodistas amarillistas, muchacho, aves de rapiña. ¿Que los buitres son los abogados?
Sí, muchacho, esos también.
Ella era una señorita de veinte años y él un joven de veinticinco, se los llevaron a las dos horas, dos horas en que tuve que explicar una y otra vez lo visto. Al arma homicida la hallaron camino al baño, una cuchilla de carnicero con mango de madera; hasta el momento no han encontrado huellas digitales y no que creo que encuentren nada porque la sacaron de una cubeta de agua con bloques de hielo, la que está al lado del kiosco de bebidas. ¿Que yo qué creo? Verás, muchacho, para la prensa es más jugosa la historia del hijo asesino de un juez de lo que yo pienso. Pero vayamos por paso, primero hay que analizar el elemento que al parecer lo enfureció: la hoja del periódico; no te olvides que yo lo vi gritarle como un desquiciado mientras  la mantenía en alto, así. Al final la encontraron hecha un bollo apretado, difícil de desplegar, y se la llevaron, había una noticia sobre la chica. ¿Que si yo la leí? No, muchacho, yo escuchaba y observaba. Al parecer estaba comprometida con un médico de estirpe, familia de médicos, de otra ciudad, del interior. Después fue titular de noticias, pero el noviomédico tenía una coartada y según dijo no conocía a Martín Palomino. Se escribió mucho y se habló aún más, pero la pobre chica muerta no se pudo defender de lo que se decía de ella, para colmo de males se agarraron de mi descripción y pasó a ser "Alicia y sus maravillas ocultas"... Puras habladurías, yo la conocí, muchacho, la vi unos minutos y supe por su mirada que era una buena chica; nada de lo que dijeron, aprovechando que estaba muerta y que su familia no era de la clase de sus amantes, era cierto... ¿Que si eran sus amantes? No, muchacho, fue tan sólo un decir.  

Cuento publicado en la Antología Fundacional de ALEPH

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