Fotografía Gabriela Romero |
El sobresalto hormigueó su lengua, no estaba como la recordaba. De un azul pintura, porque ese azul sólo lo había visto en aquella puerta. Buscó el nombre de la calle y regresó. Se quedó mirándola y, antes de llamar, escarbó las costras, los pellejos y las grietas de ese azul acabado. Tan distinto del azul elegido por su mujer.
Se sacó el birrete, se acomodó la casaca, cuadró los talones y tomó el pomo. Llamó. Le sonó a miedo y a espera larga, pero no fue así. Una mirada y un vestido, de azul pintura, se abalanzó a sus brazos.
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